Las conferencias de prensa que no lo son: he aquí una curiosa dinámica emergente en el ejercicio mediático, a la que ciertos funcionarios adscriben chochos. En su lugar, conceden una suerte de parte médico, cuando no de guerra. Prescinden del malquerido vocero, quien humanamente (y no por ello con menor profesionalidad) siempre contestaría a esos laboriosos colegas de trabajo. Martín Redrado, en el show Fondo Bicentenario expresa bien la tendencia descripta. Sale airoso, sonriente, a recibir el collar de micrófonos, hace una breve declaratoria; fría, vacía, formal, casi papal. Repite las oraciones levantando el volumen enfáticamente si intentan interrumpirlo con alguna tonta pregunta. Termina su soliloquio, y desaparece, esquivando antes algunos reporteros como si fuesen postes de luz.
Deprimidos, los cronistas y sus famélicos micrófonos ya desgranados, quedan allí con el mismo sinsabor que el televidente: las cosas importantes sólo se dicen puertas adentro.
La corriente "anti-rueda de prensa" incluye alergia a reportajes. Los Kirchner son grandes referentes de dicho vicio: en casi una década de gobierno nacional, él y ella ostentan el record histórico de haber ofrecido apenas un par de reportajes guionados y dos conferencias de prensa de tres minutos reloj, sin repregunta.
Es cierto que algunos entrevistadores en lugar de preguntar emiten opinión. Pero incluso en tal caso se pueden dar "respuestas de buena calidad". Respuestas que expliquen o que disparen debate, respuestas que se reproduzcan sinergicamente; respuestas que lleven a otras y nuevas preguntas. Eso es diálogo; no es magia; ya lo proponía la ancestral mayéutica –gran método socrático hacia el conocimiento– hace unos dos mil quinientos años.
La pregunta sirve. La pregunta ilustra. La pregunta nunca es mala, porque implícitamente da espacio a la palabra del otro. Pero ciertas figuras las detestan. Se sienten acuchillados por esa maldita daga.
No es cuestión de entrar en pánico: se trata, en todo caso, de contratar buenos voceros, o de evaluar con ellos: de proyectar escenarios de comunicación en lugar de púlpitos. Ni siquiera hablamos de una decisión política, sino técnica –e imprescindible– para quien apunte a la palestra electoral.
Dar la espalda a las preguntas inspira desconfianza, justificada o injustificadamente, el efecto final nunca es bueno. Todo puede comunicarse bien. Pero hay que escuchar las preguntas: en ellas, y en el intento por responderlas, habitan las claves para plantear estrategias eficaces.
Sócrates lo sabía: en las preguntas y sus respuestas late el gen del conocimiento compartido.
"Más preguntas" constituye un buen punto de partida. Nosotros nos hacemos las siguientes: ¿reconoce el funcionario el rechazo gratuito que puede generar entre la audiencia (electorado eventual) dándole la espalda a los voraces micrófonos? ¿Advierte un técnico de carrera que al entrar en la palestra electoral se verá obligado a responder preguntas y no sólo a dar discursos?
Gabriel Sánchez Sorondo
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