Siempre
es más fácil opinar desde afuera que gestionar las comunicaciones desde
adentro. Más en los casos de crisis o comunicación de controversia, en los
cuales es más sencillo opinar con el diario del lunes que estar como piloto de
tormentas. Sabiendo que cuento con esa facilidad, voy a compartir con ustedes
algunas reflexiones sobre cómo gestionó el gobierno la comunicación frente a la
organización de la “marcha del silencio”. El análisis de la comunicación de la
organización de la marcha quedará para otro momento, aunque hay que adelantar
que fue impecable. Se supo alinear a las demandas de un segmento
socioeconómico, soplar sus mensajes con el viento de los grandes medios,
planificó correctamente los tiempos, impostó una marca, hasta pudo alinear a
los participantes a pocas y simples consignas y contó con la ayuda del tiempo
para grabar imágenes épicas de los sucedido.
¿Qué
pasó del lado del Gobierno? Inicialmente se adoptó una posición defensiva. Con
esto se legitimó el carácter de opositor de la marcha. Ese fue un eje. El otro,
atacar la acción minimizándola y cuestionándola. En ese cuestionar, los
argumentos fueron desordenados y poco claros. La organización tenía puntos
débiles que el gobierno no logró exponer de la mejor manera. También eligió
comunicar gestión (Atucha), cosa que conlleva el riesgo de que la acción quede
opacada al correr la agenda pública por otro carril.
El
gobierno además eligió echar más leña al fuego, lo que hizo incluso crecer la
marcha. La incógnita es si esto fue una táctica premeditada o se hizo sin mucho
pensamiento, reaccionando ante los movimientos oponentes. Si fue una simple
reacción, podemos juzgarla de inoportuna, inefectiva y perjudicial para el
mismo Gobierno. Si fue una táctica comunicacional al servicio de una estrategia
política, podemos decir que probablemente funcionó. ¿Cuál sería esa estrategia?
Dividir. Llevar al extremo las diferencias con la convicción de que en ello se
consolidará un capital político que hoy le es propio, que le otorgará una
fuerza considerable de aquí a los próximos años, en el mediano plazo. Al margen
del debate moral-axiológico que esto implica, o del debate histórico, de si los
argentinos estaban antes divididos o fueron divididos ahora, la táctica es la
correcta si es esto lo que se busca. Acentuar las diferencias puede fortalecer
el núcleo de adhesiones, lo que puede permitir pelear una presidencia en el
mejor de los casos ganando con el 40% y con la oposición dividida, o quedarse
con varias intendencias y bancas legislativas como primera minoría y
condicionar y/o acordar con el próximo gobierno desde allí. Considero que el Gobierno igualmente podría haber evaluado otros caminos: adherir a la marcha, convocar, hablar bien de algunos de sus aspectos. Sea cual fuere la
hipótesis acertada en torno a la estrategia política, la conclusión de todo
gira sobre la comunicación. Sin una adecuada comunicación de gobierno y
política, no hay persuasión, no hay seguidores y no hay poder: ni para dañar,
ni para transformar la vida de la gente. Por ello, estimo que con mis colegas
tendremos trabajo por mucho tiempo. En cuanto al resultado de la marcha en sí,
considero que fue una minoría (considerable y respetable) anti-k bajo la lluvia
y una minoría K (considerable y respetable también) mirándola por televisión y
twitteando. Mientras tanto, la mayoría de los argentinos esperan propuestas y
nuevas soluciones para sus problemas. Para celebrar todos: la libertad de
expresión que tenemos en nuestro país y la participación cívica que existe. ¡Salud!
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