El
otro día vi un largo spot en TV de el Gobernador de Córdoba, De la Sota. Lo
agarré empezado, pero era largo. En él, se mostraba el discurso de “el Gallego”
en la apertura de sesiones legislativas de la provincia fernecera, haciendo
foco sobre un premio que le otorgará a los mejores tres promedios de las
escuelas de los partidos del noroeste provincial. En seguida pensé: qué
guachada, pone 5.000 pesos para cada promedio, para alentarlos, y gasta
millones en comunicar esa acción. Luego, investigando más el tema, vi que no
sólo iban a destinar dinero para los mejores promedios, sino también para
quienes terminen la secundaria. Al margen de esta decisión de Gobierno, me quedé
con ganas de expresar una reflexión vinculada a la relación entre la acción y
la comunicación. Es peligrosos cuando los gobiernos comienzan a actuar para
comunicar en lugar de actuar y cumplir con su obligación de comunicar. Este
peligro, queda evidenciado cuando la comunicación de la acción cuesta más o
igual que la acción misma. Cuando esto sucede, los verdaderos intereses quedan
al desnudo y los funcionarios, al margen de que están realizando un mal
desempeño, en lo práctico quedan expuestos a críticas muy duras, en las cuales
siempre se usa peyorativamente al Marketing Político, denostando la actividad.
Un comunicador debe tomar en cuenta estas cuestiones, ya que hacen a la
reputación de los dirigentes y los partidos y a las relaciones de largo plazo
que se pueden construir con los distintos segmentos de la ciudadanía. Lo mismo
sucede con las acciones de RSE de las empresa, cuando estas no responden a una
verdadera filosofía de responsabilidad. Son buenos sólo para decirlo e
invierten más en esto último que en sus bondadosas acciones. La sed no es nada,
la imagen es todo.
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