Por Gabriel Sánchez Sorondo
Apenas cumplido un siglo del nacimiento del filósofo Herbert Marshall
McLuhan, resulta oportuno repasar un concepto de su autoría que cambió el
abordaje académico respecto de la comunicación. Nos referimos al que decía “El
medio es el mensaje”, que cobra hoy una dramática actualidad.
La reflexión sobre medio y mensaje de McLuhan (década
del 60) fue, en su momento, enorme y visionaria. Emergía, además, en el marco
de una vasta teoría comunicacional en la cual se inscriben otros hallazgos. El
mismo autor mencionó por primera vez la hoy trillada idea de “aldea global” o
“globalización”.
Pero, ¿de qué medios hablaba McLuhan? ¿Resulta
aplicable este concepto a las tecnologías que sobrevinieron, tras su muerte, en
los años ´80? La respuesta parece obvia: no sólo resulta aplicable aquella
consideración a las nuevas tecnologías, sino que éstas parecieran haber sido
diseñadas para reforzar la célebre frase del filósofo canadiense.
En efecto,
como nunca antes, nos encontramos ante una multiplicación de flamantes medios,
que, sin duda alguna, son intrínsecamente un mensaje y desde luego afectan ya
no sólo a la comunicación, sino al lenguaje propiamente dicho. Incluyendo,
claro está, códigos, sobreentendidos, simplificaciones, falencias y
malentendidos.
El protocolo de la ignorancia
A medida que se expande una tecnología cada día más
accesible económica y metodológicamente, pone a los rezagados al borde de
cierto abismo social: la frase “¿Cómo que no tenés e-mail?” tiende a ser casi
una acusación. Si hace apenas 40 años no tener un número de teléfono propio
podía ser una dificultad aunque no una razón para quedar fuera del sistema, hoy
no tener teléfono fijo, ni e-mail, ni celular equivale a haber elegido ser un outsider.
Ahora bien: si, en cambio, elegimos tener celular, e-mail, facebook y hasta
twitter, debemos acomodarnos a sus reglas: por twitter, no escribir más de 140
caracteres. Por e-mail, aprender a interpretar las “caritas” (emoticones) que
manifiestan sonrisa, decepción o enojo. Por mensajes de texto en el celular,
prescindir de las tildes o decodificar abreviaturas y otros clichés que suelen
empobrecer el lenguaje, según sucede en los servicios telefónicos. O, incluso,
adscribir a las opciones automáticas de mensaje que anticipa el menú cuando
apenas empezamos a escribir las primeras letras.
Así, si pusimos “te qu…”, la afable inteligencia
del llamado “teclado predictivo” propondrá “te quiero mucho”, etcétera.
¿Alguien podría pensar, a la luz del escenario descrito, que la llamada
comunicación 2.0 refuerza más que nunca antes (y mucho más que cuando McLuhan
lo dijo) que el medio es el mensaje? Algunos objetarán que no estamos hablando
estrictamente de medios sino de soportes, pero, en definitiva, hablamos de
una misma genética tecnológica que “nos ofrece” qué decir, qué comunicar y, en
suma, qué opinar.
Ahora bien: ¿es válido decir que los nuevos
soportes mediáticos nos condicionan? ¿O quizás deberíamos considerar que el
promedio de la gente no tiene mucho más para decir que aquello que admiten los
benditos 140 caracteres? En el caso del e-mail, podríamos también plantearnos
que sólo los redactores profesionales están entrenados para expresar en
palabras una alegría sin necesidad de recurrir a las “caritas” o al primitivo y
explícito “jaja” que hoy solemos leer en la pantalla cuando el remitente
quiere denotar un tono jocoso y no se le ocurre otra manera de hacerlo.
Olvidamos que existe la ironía, el absurdo, el contexto y la amplísima gama de
recursos estilísticos que el idioma español ofrece para expresar algo cercano
a una risa. Olvidamos que nuestros tatarabuelos también tenían sentido del
humor y escribían cartas donde lo transmitían sin necesidad de caligrafiar
“jaja”.
La descripción anterior nos habla de cierto
jibarismo popularizado, que se refleja, consecuentemente, en la oferta de
emoticones prediseñados para disolver el conflicto de tener que expresar algo
por escrito. En cuanto a los mensajes telefónicos de texto, está claro que muy
pocos saben adónde van las tildes y que lo más sencillo es blindarse tras la
imposibilidad técnica del celular o la excusa de la palabra abreviada, en cuyo
marco no tenemos que preocuparnos por la ortografía y quedar como unos burros.
Volviendo entonces a la pregunta inicial, todo
parecería indicar que los soportes de la comunicación se han acotado a lo poco
que tenemos para decirnos (tweets) y a la ignorancia en materia expresiva y
ortográfica (e-mails, mensajes telefónicos, chat…).
Ello no es culpa de la tecnología: ella cometió el
único pecado de acomodarse a la pobreza comunicacional de los humanos.
¿Resulta muy pesimista este
panorama? No tanto…
La comunicación del siglo XXI
como conflicto
La reflexión precedente nos deriva a otro celebrado
texto del siglo pasado, que, también previamente a la “Comunicación 2.0”, ya
consignaba dos grupos antagónicos: apocalípticos e integrados. Aplicando dichas
categorías, Umberto Eco tituló un libro publicado en 1965, según el cual quien
suscribe estas líneas pertenecería al primer bando. Pero, tal como anticipamos,
no es tan así. Pues, sin objetar la inteligencia de McLuhan y su brillante
análisis de los medios, ni cuestionar la lucidez fenomenal de Eco, uno podría
decir –a la luz de los tiempos actuales– lo siguiente: el apocalíptico, si es
inteligente, puede colar su disconformidad y su búsqueda de transformación
dentro de la mismísima red de medios globales, aprovechando la famosa
“viralidad” de las redes sociales. Dicho de otro modo: en un mundo de
semianalfabetos que se expresan con faltas ortográficas y se ven favorecidos
por los 140 caracteres (más allá de los cuales no tendrían nada que decir), el
escritor, el intelectual, el hombre pensante, el que sí tiene algo para decir,
es rey. Porque dispone del poder de la palabra, del poder de la síntesis, del
poder de la idea… Y a partir de entonces, los 140 caracteres serán un límite
para los demás; no para él.
Así, la poderosa inteligencia
artificial, como la encarnada en la ya antigua HAL 9000 de 2001 Odisea del
espacio (film emblemático de Stanley Kubrick, estrenado en 1968), no es tan
poderosa y alberga, en sí, los medios para romper el condicionamiento que ella
misma nos impone.
La tecnología comunicacional
como herramienta de transformación
En suma, y apostando a la inteligencia del usuario
selectivo –no al mero consumidor, porque este comerá cartón cuando la
publicidad masiva le asegure que el cartón es nutritivo–, el medio, el soporte
y la tecnología siguen siendo herramientas de extraordinario aprovechamiento para
múltiples fines. Y lo son más que nunca; mucho más de lo que McLuhan, Eco o Kubrick
pudiesen haber imaginado en sus brillantes conjeturas anticipatorias. Quien hoy
tenga algo para divulgar, encontrará –tecnología mediante– un poderoso
amplificador de sus ideas en la propia capacidad de viralización que ofrece,
por ejemplo twitter. Es decir, en la posibilidad (estrictamente tecnológica y,
por ello, aprovechada por la publicidad de punta actual) de “contagiar” un
mensaje a miles de usuarios simultáneamente y que en menos de un segundo, cada
uno de esos miles de usuarios, a su vez, lo contagien a otros miles.
Es cierto que el volumen de mensajes en danza
genera, como contrapartida, el riesgo de que la aguja transformadora quede
oculta en un pajar y, en consecuencia, no hilvane sentido. Esa es la
confrontación subyacente e irresuelta que hoy se está dirimiendo.
Así, “el
medio” del siglo XXI nos confronta con una paradoja interesante: si bien es más
mcluhiano que nunca, a la vez aloja en lo profundo de su dinámica la
posibilidad de ser invadido por la contracultura de las ideas, de la reflexión,
de la inteligencia y de todo aquello que, aunque aún resulta minoría en las
redes sociales, tiende a crecer y a expandirse en beneficio de muchos. La
batalla es desigual cuando el mensaje “infiltrado” individual busca
proyectarse en el mar de botellas que no dicen nada o que nos dicen que comamos
cartón porque es muy sano. Pero, desde el libro al blog siempre habrá individuos
transformadores y mensajes que superen su medio, que lo desborden, que dejen
claro qué cosa es una herramienta y qué otra cosa es la mano del hombre.
Originalmente publicado en la revista de
Asociación Profesional de Medios.
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